miércoles, 8 de mayo de 2013

La fotografía que no hice. (Más de cuatro)

Como a la mayoría de fotógrafos o aficionados a ella, confieso que me da pánico pedirle a las personas que se presten a hacerle una foto, y no es solo el hecho de pedírselo, sino que en el caso de que se presten a ello preguntarán "¿Y cómo me pongo? ¿Qué hago?", y en ese momento soy yo quien no sé que decir.

Cuando voy por la calle y siento el impulso de fotografiar algo, siempre son situaciones espontaneas, que si pidiera permiso para fotografiar, dejarían de serlo y perderían el interés para mí.

Hace unos días iba por la calle con mi amiga Ana, periodista y musa, pasamos por un parque, y yo me quedé absorta mirando un banco. En ese banco había sentada una gran fotografía y quizás una gran conversación, era un hombre mayor al que le daba el sol del atardecer en la cara, tenía los pantalones atados a la cintura con un pedazo de cuerda, y sostenía en la cara una mirada de paz de las que no se ven todos los días, fija en algún lugar del vacío que nadie más podía ver. Esa fue la fotografía que no hice, pero Ana se dio cuenta de mi interés, y en un acto de rebeldía se acercó al hombre y con sus tablas de periodista le preguntó amablemente si yo podía hacerle una fotografía. Él era alemán, no habló mucho, dijo que sí y no sonrió. Me hizo la temida pregunta "¿Qué hago?", con los ojos rebosantes de tristeza, yo le dije que nada, que se quedara como estaba (aunque en un impulso de vergüenza se miró el pedazo de cuerda que le hacía de cinturón y se lo tapó con los brazos). Le pedí disculpas, y con toda la vergüenza y la prisa que podía cargar, le hice una foto. Solo una foto, y aunque ahora tengo algo parecido al recuerdo del momento, ojalá no la hubiera tenido que hacer, pues no refleja realmente mi visión de aquel momento, sino que la ensucia y distorsiona.


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